miércoles, 30 de mayo de 2012

Egipto, de la revolución a la desazón

Los resultados de las recientes elecciones celebradas en Egipto –el más poblado de los países árabes y uno de los únicos dos que mantienen relaciones con Israel – dejaron un sabor agridulce en la boca de que aquellos que participaron y/o alentaron la revolución de febrero de 2011 que provocó, después de 30 años, la caída del régimen de Hosni Mubarak en el marco de la llamada “primavera árabe”.
Según marcan los primeros resultados – el conteo definitivo aún no se realizó – el 16 y 17 de junio habrá una segunda vuelta o balotaje entre Ahmed Shafiq representante de la continuidad del régimen de Mubarak y de la Junta Militar que actualmente y de manera transitoria, desde hace 15 meses, gobierna el país y Mohammed Morsi, el poco carismático candidato de la poderosa “Hermandad Musulmana”, grupo político que, como su nombre lo indica promueve una mirada religiosa sobre la política y fue la principal oposición al laico régimen de Mubarak.
¿Quiénes quedaron afuera? Pues aquellos en los que en la visión occidental  llevaron el mayor peso de la “primavera árabe”: los jóvenes.  El “relato” de los cronistas occidentales  mostró a los jóvenes árabes, con el soporte  de las nuevas tecnologías y las redes sociales, derribando gobiernos autócratas que llevaban décadas en el poder y promoviendo la democracia estilo occidental para sus países.
Pues bien, probablemente algo de ese relato no se ajustaba a la realidad,  pues no solo, con respaldo mayoritario, el próximo gobierno será o pro-musulman o una continuidad poco disimulada del régimen anterior sino que además la tercera fuerza sería el nasserista (izquierda nacionalista referenciada en el ex Presidente y líder egipcio Gamal Nasser) Hamdin Sabahi, del partido Karama, que al menos de lo discursivo reivindica a los jóvenes sí, pero sobre todo a los más pobres que en Egipto son el 40% de los 50 millones de votantes habilitados.
Y ese es el eje de la elección egipicia, en un país con altos índices de analfabetismo (30% en hombres y 50% en mujeres), marginación social y hambre (40% de la población bajo la línea de pobreza) resultaba difícil imaginar legiones de jóvenes “liberales” sosteniendo un espacio democrático al estilo occidental.
En rigor, en la plaza Tahrir (epicentro de la revuelta que volteó a Mubarak) había jóvenes convocados a través de las redes sociales y con ansias de mayores libertades personales pero el grueso de la revuelta se generó por la profundización de una crisis económica que llevó a un fuerte aumento de los precios de los alimentos básicos y del desempleo, lo que prácticamente empujó a los egipcios más pobres a salir a protestar a la calle.
En todas las revoluciones siempre los “ultras” son los que pierden. Paso con los jacobinos en la Francia de 1789, con los trotskistas en la revolución rusa y con los morenistas en la de Mayo. En este caso, los jóvenes que añoraban un Egipto a la occidental no solo perdieron sino que el 17 de junio deberán optar entre el Ejército o la Iglesia.  Cabe aquí recordar al trovador catalán: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

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