martes, 13 de noviembre de 2012

Colombia: Una oportunidad a la paz y a la política


Como explicó Carl Von Clausewitz (1) hace ya casi dos siglos, la guerra no es otra cosa que la continuación de la política por otros medios y con ese marco teórico no es sorpresivo que el Presidente colombiano, Juan Manuel Santos, confirmara días atrás el trascendido periodístico de que su gobierno está en tratativas para llegar a un acuerdo de paz con la histórica guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que, aunque muy golpeadas en los últimos años, aún controlan parte del territorio del país y mantienen unos 8.000 hombres armados según fuentes del Ejército de Colombia.
Para quienes seguimos el derrotero del gobierno de Santos, la información no deja de ser previsible. A diferencia de su antecesor (de quien fue ministro de Defensa) Alvaro Uribe, ahora líder opositor, Santos ha procurado mantener buenas relaciones con sus vecinos entre ellos con el venezolano Hugo Chávez Frías, de legendarias disputas con Uribe y ahora supuesto gestor del acercamiento de Santos con los líderes de las FARC.
Es que pese a pertenecer a un espacio político que, en la siempre compleja y particular nomenclatura política latinoamericana, podríamos ubicar en la centroderecha o mas apropiadamente en la franja conservadora, Santos no ha rehuido participar activamente de los foros regionales como Unasur y por el contrario se muestra gustoso no solo con Chávez sino conCristina Fernández o Rafael Correa (de hecho como Presidente recompuso a fines de 2010 las relaciones con Ecuador rotas en épocas de Uribe por un ataque colombiano a las FARC en territorio ecuatoriano sin permiso).
En contraste, todos los que lo vimos, recordamos allá por agosto de 2009 la mala cara de Uribe en San Carlos de Bariloche cuando fue convocado a dar explicaciones a Unasur acerca de la presencia de bases militares estadounidenses en el territorio de su país, punto en el cuál finalmente no hubo acuerdo y terminó en una declaración conjunta muy ambigua.
Santos, a pesar de que ha mantenido una política de hostilidad hacia las FARC y el Ejercito de Liberación Nacional (ELN) (que ha emitido alguna señal de querer sumarse a las conversaciones de paz) que llevaron inclusive a que el Ejercito lograra matar en noviembre de 2011 a Alfonso Cano, en ese momento máximo comandante de la guerrilla, también ha mostrado voluntad de diálogo que se plasma ahora en estas conversaciones que comenzarían en Oslo (Noruega) y continuarían en la Cuba de los hermanos Castro, siempre sospechada de ser sostén económico e ideológico de las FARC.
Este grupo nació en el cada vez más lejano 1964 como consecuencia un desprendimiento del Partido Liberal, que junto con el Conservador hegemonizaron durante años la vida política de Colombia al punto tal que es uno de los pocos países latinoamericanos que pese a su violenta historia, tiene la extraña paradoja de casi no haber sufrido golpes de estado ni consecuentemente dictaduras militares en su historia reciente.
Con el tiempo las FARC fueron virando hacia el marxismo-leninismo conducidas siempre, hasta su muerte por causas naturales en 2008 por Manuel Marulanda Velez (a) “Tirofijo” pero con la caída del Muro de Berlín y el retroceso de la izquierda en Latinoamérica empezó a desdibujarse su identidad política e ideológica y a reforzarse lo que en un principio fue un método de supervivencia económica para transformarse luego en parte constitutiva del grupo, el tráfico de estupefacientes.
De hecho, para EE.UU y la Unión Europea, las FARC no son reconocidas con status de “beligerantes” sino como “terroristas” y “narcoguerrilla”, diferencia no sutil que le da entidad como sector político o simples delincuentes.
En el camino hubo fallidos acuerdos de paz como los de 1984 bajo la Presidencia de Belisario Betancourt, que llevaron a miles de guerrilleros a calzarse el traje de militantes políticos y conformar junto al Partido Comunista una alianza política llamada Unión Patriótica pero que terminó trágicamente ya que cientos de dirigentes de las desarmadas FARC, entre ellos dos candidatos a Presidente (Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa), fueron asesinados por los paramilitares.
El último intento fue en 1998 y lo llevó adelante el ex Presidente Andrés Pastrana que accedió a establecer una zona de paz en la parte sur del país, dominada por la guerrilla, pero que al no haber finalmente acuerdo solo sirvió para fortalecer y darle aire a las FARC llevando a que en 2002 el pacto finalizara.
Como suele suceder, a consecuencia de ese fracaso de la paz, vino la política de mano dura de Uribe que, aunque con éxitos parciales como la liberación de la rehén más famosa de las FARC, Ingrid Betancourt en 2008 y el hostigamiento y debilitamiento de la guerrilla no pudo exterminarla como había prometido.
La puerta que abre Santos puede representar una salida para los sectores más políticos de las FARC que ya en febrero de este año habían anunciado el fin de los secuestros extorsivos como método y que a diferencia de los más militarizados ven que cruzando la frontera, Chávez lleva adelante políticas que ellos suscribirían pero sin tirar un solo tiro y en el marco de una gestión que, aunque polémica, no puede dejar de describirse como absolutamente democrática en el sentido actual del término.
Qué sentido tiene entonces mantener las armas si casi 50 años después hay un amesetamiento que no deja ganadores sino que ha hundido a Colombia en una violencia a la que tristemente se ha acostumbrado aunque no resignado el sufrido pueblo colombiano que en cantidades crecientes se expresa cada vez más en las calles en las llamadas marchas de “un millón de voces contra las FARC” que vienen sucediéndose periódicamente desde 2008 y que por su carácter multitudinario y popular, ponen en duda los principios ideológicos de las FARC.
En definitiva, la guerra puede continuar a través de la política.

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