martes, 24 de julio de 2012

El último nazi a la cárcel, una trama de poder y comunicación


No es necesario recurrir a las, muchas veces trasnochadas, teorías conspirativas de los sectores ultranacionalistas para detectar cuánto poder tiene la comunidad judía en el escenario mundial.
El ejemplo más reciente se visualizó con una noticia que giró por el mundo en estos días, la detección de un antiguo criminal de guerra nazi en Hungría, Lazlo Csatary, quien a los 97 años es uno de los últimos y más buscados de su especie.
Lo detectó el ya mítico Centro Simon Wiesenthal  y como el Gobierno húngaro viene demorando la entrega a la justicia del ex jefe de la policía del gueto de Kosice, (situado en el territorio de la actual Eslovaquia, donde 15.700 judíos fueron asesinados o deportados a Auschwitz) le pasaron la información al matutino inglés The Sun y los “paparazzi” lo fotografiaron en la puerta de su casa en Budapest. De esta manera generaron un hecho noticiable y obligaron al Gobierno Húngaro al menos a improvisar una justificación por los tiempos judiciales con que se vienen manejando en el caso.
Pero, lo que queremos destacar a partir de esta detección (que ojalá se transforme pronto en una detención) es el poder que tiene la comunidad judía. En este caso a través del Wiesenthal, poder  para perseguir y encarcelar desde hace 67 años a muchos de los criminales de guerra nazis que con anuencias y complicidades varias (que van desde los triunfadores EE.UU y URSS hasta los “neutrales” Suiza y El Vaticano, sin olvidar los países sudamericanos  donde la laxitud de los controles permitieron fáciles ingresos) escaparon del merecido juicio y castigo.
Porque en esa última palabra está una de las claves de esta columna. Los criminales nazis son tan merecedores de un justo castigo, cualquiera sea la edad que tengan, como los criminales turcos que llevaron adelante el genocidio armenio, los militares sudamericanos que persiguieron y torturaron a los militantes políticos en la década de 1970 o los comerciantes europeos que durante siglos esclavizaron a millones de africanos, por nombrar solo algunos casos.
¿Por qué, exceptuando los partícipes de la llamada “Guerra Sucia” en la Argentina (con las idas y vueltas que todos conocemos) el resto de los involucrados en masacres y genocidios no sufrieron ni sufren ninguna persecución de la justicia?
Aunque brutal y desmesurada, la masacre de los millones de judíos en el marco de la 2da Guerra Mundial no es más ni menos brutal y desmesurada que otras muchas masacres sucedidas en el mundo a lo largo de la historia . ¿Cuál es la diferencia? ¿La cantidad de víctimas? No. El Poder.
Los armenios, que recién tras la desaparición de la URSS en 1991, volvieron a ser un país independiente, aún no han logrado torcer el cerco diplomático que le tendieron los turcos y solo una veintena  de países (la Argentina entre ellos) le reconocen el carácter de genocidio a la masacre de casi dos millones de armenios ocurrida en 1915. El reconocimiento masivo es, valga aclararlo, condición indisoluble para acudir a la Justicia global y demandar económicamente al Estado Turco.
Mucho menos han obtenido los países africanos que pujan por un resarcimiento económico de los países europeos como Holanda, Reino Unido, Portugal entre otros,  que esclavizaron a su población y explotaron sus  recursos naturales. La Revolución Industrial, bien lo explica Erik  Hobsbawm (1),  nació de ese despojo.
En Sudamérica; Chile, Brasil y Uruguay, solo pueden investigar los crímenes cometidos por el Estado en su faz dictatorial, tienen vetada la posibilidad de juzgarlos. En nuestro país, donde la muerte tomó otras dimensiones más profunda s y macabras, la realidad es gratamente (si se permite la expresión en este marco) diferente.
Qué es pues lo que no tienen armenios, africanos y los familiares sudamericanos de las víctimas del terrorismo de estado y si tienen los judíos: Poder.
Con ese poder, lograron llevar a Hollywood y consecuentemente difundir por el mundo el horror del nazismo. Esa difusión es estratégica e imprescindible para buscar Justicia. Se repitió en estos días con Csatary y lo graficó el titular del Wiesenthal, Efraim  Zuroff: “Es la cuarta vez que The Sun colabora con nosotros para presionar a las autoridades que tardan demasiado tiempo en encontrar a nazis”.
Con ese poder pudieron, por ejemplo,  superar algunos tibios intentos de parte del entonces gobierno argentino por eximir a Erich Priebke de su merecido descanso en una cárcel italiana.
Y ese poder llevará seguramente a que, pese a los argumentos legales del gobierno húngaro de que es muy complejo acelerar la detención de Csatary debido a que el lugar de los crímenes no forma parte hoy de Hungría y que además pasaron muchos años, este termine sus días tras las rejas más temprano que tarde.
Un castigo no menos merecido del que tiene Jorge Rafael Videla pero que no tuvieron ni tendrán (al menos en la tierra) Ismail Enver (líder turco), Augusto Pinochet o los esclavistas del siglo XIX.
(1) La materia prima, la planta de algodón se cultivaba principalmente en Norte América, donde el sistema de esclavitud y las grandes propiedades permitían una producción constante. Por lo demás, los comerciantes ingleses pagaban en paños de algodón, los esclavos que compraban en África. Ambos continentes se convirtieron, al mismo tiempo, en los abastecedores del material y en los principales consumidores del producto terminado.

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