Aunque temprano para tener certezas sobre las múltiples razones que explican el triunfo y la consecuente reelección de Barack Hussein Obama como Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, podemos explorar aquí una de ellas que se vincula no tanto con sus virtudes, que seguramente las tiene, sino con los defectos o en rigor con uno de los puntos débiles de su principal contrincante, el multimillonario mormón Willard Mitt Romney, representante del Partido Republicano.
Este partido político, paradójicamente nacido como representante de los abolicionistas y proteccionistas, en el siglo XX fue virando y se transformó en el espacio de los conservadores y librecambistas teniendo a los Bush (padre e hijo) y al fallecido Ronald Reagan como sus principales referentes en la presidencia de esa nación.
Pero en los últimos años, tras la derrota de John Mc Cain en 2004 frente a Obama, los sectores más radicalizados de los republicanos, muchos de ellos nucleados alrededor del “Tea Party”, fueron ganando cada vez más espacio en el partido y sobre todo convirtiéndose en la base militante de esa fuerza y por lo tanto condicionando los discursos de sus candidatos.
En ese marco, es que un Gobernador moderado como fue Romney en Massachusetts (2002-06), terminó convirtiéndose en un candidato a Presidente ultraconservador que, superó la desconfianza original de la base de su propio partido y consecuentemente las elecciones primarias (internas) pero a costa de no poder seducir suficientemente a la minoritaria, pero clave, franja de votantes estadounidenses que no se definen ni como demócratas ni como republicanos en un país donde cerca del 80% de la población así lo hace.
Encerrado en posturas contrarias a las políticas migratorias, al control de venta de armas, a la legalización del aborto y el matrimonio homosexual a la asistencia social y sobre todo a la injerencia del Estado en la economía, el candidato republicano solo consiguió respaldos mínimos en la comunidad de origen latino, en las minorías homosexuales, por supuesto en los afroamericanos que desde el vamos, por identificación, respaldan abrumadoramente a Obama y quedó en minoría entre las mujeres y los trabajadores, estos últimos fieles votantes demócratas desde el Gobierno de Franklin Delano Roosevelt (1933-45).
Sin eso, pese a que EE.UU afronta la peor crisis económica desde la década del 30`, los republicanos solo cosechan mayorías en los llamados WASP (hombres blancos, anglosajones y protestantes por sus siglas en inglés) y pese a que ese grupo es el que más se moviliza a votar en un país donde el voto no es obligatorio y rara vez convoca a más del 40% de la población, resulta a todas luces insuficiente.
Los analistas y consultores políticos coinciden en que en las democracias occidentales, una vez consolida la base propia de electores, sea esta de tendencia del centro a la izquierda o a la derecha o populista o liberal de acuerdo al país, es imprescindible “seducir” a los votantes independientes que suelen ocupar el centro del escenario político y tienen un perfil moderado, alejado de los militantes más ideologizados y/o convencidos.
Esto obliga a muchos candidatos a deshacerse de muchas de sus intenciones y/o propuestas originales, en pos de establecer “alianzas” electorales con sectores que no se sienten plenamente identificados con sus propuestas pero si pueden compartir algunas de ellas o, por defecto, rechazar abiertamente las del principal contrincante.
Y algo de esto es lo que sucedió ayer en los EE.UU donde, repetimos, pese a que el desempleo del 8% debería haberle significado a Obama una baja sustancial del apoyo obtenido en 2009, según lo marcaban las estadísticas históricas que auguraban una pérdida de alrededor de 7 puntos porcentuales para todo Presidente con problemas en la economía, solo habría bajado un 2% respecto de su primera elección.
La pregunta que se impone es entonces porqué, pese a que hasta ahora siempre los presidentes que no logran superar las crisis económicas, no solo en EEUU sino en Occidente en general, terminan perdiendo una cantidad Importante de respaldo (cantidad que en el caso de Obama, por lo ajustado de su victoria hubiera sido fatal para sus aspiraciones) esta vez ese pronóstico falló.
Una de las respuestas, aunque no la única, puede encontrarse en esa radicalización, en este caso a la derecha pero lo mismo cabe para el otro lado del espectro ideológico, de los republicanos que si no encuentran la llave para superarla, esto es mantener su base militante y combativa sin que eso implique no atraer votantes moderados, se les hará difícil recuperar el poder dentro de cuatro años.
Aun en un escenario sustancialmente diferente como lo es Venezuela, donde los índices de pobreza y consecuentemente de dependientes de la ayuda estatal, son históricamente más altos que los de EE.UU, tanto Hugo Chavez Frías como Henrique Capriles Radonzky, reorientaron sus discursos en el tramo final de la campaña buscando uno, a través de planes de vivienda, el voto esquivo de la clase media y el otro, prometiendo el mantenimiento de las misiones sociales, el de la base popular chavista.
No le alcanzó a Capriles como sí a Chávez pero está claro que sin ese giro inédito para la oposición antichavista no hubiera podido en aprietos al Comandante como lo hizo.
Romney en cambio, pese a los augurios de una elección que no se definiría en varios días, poco después de la medianoche reconoció su derrota para desazón de los radicales como la ex candidata a Vicepresidenta en 2008, Sarah Louise Heath Palin, que dijo “no comprender a parte de su país”. Grave error para un político que se precie de tal.